El almacén de las palabras terribles

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CAPÍTULO VI
Aquí: Dieciséis
El doctor Guerrero estaba examinando los ojos de Talia, cuando le pareció notar una reacción en la niña. Le hizo una señal a Tere, a Ana y a Miguel para que se apartaran y la destapó con cuidado, tratando de concentrarse en lo que estaba haciendo en lugar de pensar en lo delgada que estaba, en todas las marcas que las agujas habían ido dejando en su cuerpo.
-¿Qué pasa? –preguntó Ana a Tere en un susurro.
Tere movió la cabeza sin apartar la vista de la niña.
-Una reacción.
Ana se agarró a su marido, clavándole las uñas en la chaqueta. Era el tres de febrero y desde mayo no había habido la menor señal de mejoría.
-Abre las persianas, Tere –dijo el doctor Guerrero, que había vuelto a concentrarse en los ojos de Talia.
Desde la cama de Pablo, Jaime se aproximó discretamente, con todos los músculos en tensión.
-Talia –dijo el doctor Guerrero como si tratara de despertarla para ir al colegio-, Talia ¿me oyes? Están aquí tus padres. ¿Puedes oírme?
Le hizo una señal a Ana para que ella le hablara, pero se le había quedado la garganta tan seca que fue Miguel el que habló:
-Talia, soy papá. ¿Me oyes? Mamá está aquí.
-Si, cariño, estoy aquí –dijo Ana con una voz que le sonaba extraña, como si no fuera la suya.
Talia entreabrió los ojos y, con esfuerzo, los fue girarlos hasta posarlos en su madre, que se abalanzó sobre la cama para cogerle la mano.
-Talia, cariño, mi pequeña, estoy aquí, estamos, todos aquí. Talia, mi amor...
Una sonrisa pálida apareció en el rostro de Talia. Jaime había pasado el brazo por hombros de Tere y ambos miraban la escena, fascinados.
Poco a poco, Talia paseó la vista por su madre, su padre, Jaime y Tere, hasta fijarla en el médico: -He estado allí –le dijo en un susurro ronco.
El hombre le hizo un guiño con los ojos y se cruzó la boca con el dedo.
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-No hables, Talia. Tienes que descansar. Has hecho un largo viaje.
-Lo encontré. Estaba allí, donde usted me dijo
-¡Chisst! Descansa. Luego hablarás. Hagan el favor de salir un momento. No es conveniente sobrexcitarla.
Ana miró al médico con los ojos muy abiertos:
-Por favor...
-Vale. Usted puede quedarse. Los demás, por favor, a la sala de espera.
-¿Jaime? –preguntó Talia con voz débil, antes de que salieran todos de la habitación.
-Sí, soy yo. ¿Cómo lo sabes?
-Pablo volverá. Me lo ha prometido.
Jaime salió del cuarto, casi empujado por el médico y, abrazado a Miguel, se echó a llorar en el pasillo.
Allí: Doce
Por primera vez desde hacía mucho tiempo, Pablo se sentía feliz. Flotaba indolentemente en su burbuja y, aunque al principio había sentido malestar recordando escenas de su vida que habría preferido olvidar, lentamente había aceptado que para poder dejar atrás el pasado era necesario revivirlo, comprenderlo y aceptar lo sucedido, por desagradable que fuera. Se había visto a sí mismo en muchos momentos de su pasado usando sus palabras como cuchillos, tratando de hacer daño a propósito a personas que lo apreciaban, que querían ayudarlo, que habrían querido compartir algo con él. Pero él no había estado dispuesto a aceptar su ayuda porque, desde que sus padres habían desaparecido de su vida, él se había sentido tan mal que había decidido hacer daño a todo el que se le acercara. Él era la víctima y, por tanto, tenía derecho a hacer sufrir a las personas de su alrededor; todos tenían que pagar por lo que le había sucedido, aunque no tuvieran culpa.
Pero ahora todo eso había quedado atrás y hasta la vergüenza que había sentido acababa de desaparecer. Se sentía nuevo, limpio, como un recién nacido y, por eso, igual que un recién nacido, estaba dispuesto a aprender, a empezar desde el principio para ser capaz de volver al mundo con el propósito de hacerlo mejor esta vez, ahora que había recibido una segunda oportunidad. Y cuando volviera, ayudaría a otras personas que se encontraban en una situación desesperada, como le había pasado a él, y los conduciría al almacén de las palabras terribles, donde los guías les mostrarían lo que podían hacer.
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Sabía que volvería pronto; se lo había prometido a Talia y se lo debía a Jaime, e incluso tal vez a sus padres que no habían sabido enseñarle a hablar con palabras precisas porque tampoco ellos habían aprendido nunca.
Vio a su madre entre los colores de la burbuja y, de repente, supo que siempre lo había querido, como él a ella. Era una sensación sin palabras, hecha tan sólo de un roce suave, como una seda, de un perfume de colonia infantil y de una luz dorada. La felicidad estaba hecha de recuerdos y percepciones, a veces tan antiguas que casi las había olvidado: unos brazos fuertes que lo lanzaban al aire y lo recogían mientras sonaban unas risas cristalinas, la sonrisa de Jaime sentado frente a él en el comedor del internado, el sabor de una sandía en una noche cálida de verano, música de guitarra en una playa...
Con los ojos cerrados y el rostro abierto en una sonrisa, se dejó flotar en la felicidad recién recuperada y decidió prolongar la maravillosa sensación todavía un poco más, antes de volver a su mundo a compartir lo que sabía.
Aquí: Diecisiete
Tres semanas después de haberse despertado, el doctor Guerrero aceptó por fin darle el alta a Talia y, una luminosa mañana de marzo, Ana, Miguel y Diego, que había vuelto de Barcelona a propósito para el gran acontecimiento, fueron a recogerla al hospital. Todos los médicos y las enfermeras de la planta salieron a despedirla al vestíbulo y ella prometió volver todas las tardes a visitar a Pablo, que seguía en coma, y a hacerle compañía a Jaime, que seguía acudiendo diariamente a ver a su amigo.
-Este mundo también es precioso –dijo Talia sonriendo de oreja a oreja al ver una gran mimosa que acababa de florecer en el jardín del hospital.
Ana, Diego y Miguel cambiaron una mirada de preocupación. Según el doctor Guerrero, la niña estaba perfectamente, pero les inquietaba el que hiciera comparaciones constantes entre este mundo y el otro, el que había conocido el tiempo que había pasado sin contacto con la realidad del hospital, y sobre el que, poco a poco, les había contado lo que recordaba, que cada vez era menos porque todo lo sucedido en aquel misterioso lugar se iba desdibujando, igual que pasa con los sueños.
Don Manuel les había asegurado que, aunque para Talia había sido algo muy cercano a la realidad, tan sólo se trataba de un sueño prolongado que la había ayudado a no perder el contacto con el mundo y consigo misma. Les había pedido que fueran comprensibles con ella, que no le llevaran la contraria y que la dejaran ir evolucionando con calma hasta que ella misma se diera cuenta de que se había tratado de un simple sueño.
-Entonces, ¿estás contenta de haber vuelto? –le preguntó su padre, pasándole el brazo un brazo por los hombros mientras caminaban hacia el coche.
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Ella asintió con la cabeza, muy seria:
-Podría haberme quedado allí, aprendiendo. Pero allí el tiempo no pasa y aquí si. Si me hubiera quedado, podría haber salido demasiado tarde, cuando vosotros ya no estuvierais. Y yo quería estar con vosotros.
-¿Y qué aprendías? –preguntó su hermano, ya que a pesar de que habían hablado muchas veces del asunto, habían decidido aceptar el consejo del médico y seguirle la corriente para saber todo lo posible de su misterioso sueño durante los meses en que estuvo en coma.
-Aprendía a que mis palabras dijeran los que quiero decir.
Su hermano se echó a reír:
-Eso ya lo sabías a los cuatro años. Siempre tuviste muy claro lo que querías, cabezota.
Ella movió la cabeza en una negativa. Les había explicado ya muchas cosas, a pesar de que notaba que no querían creer lo que le había sucedido, pero no les había hablado de lo más importante.
Sabía que tenía que hablar con su madre, con todos ellos, pero hasta ahora lo había ido dejando porque todo había sido tan bonito, estaban todos tan contentos de estar juntos de nuevo, que todos habían evitado hablar de las cosas que habían sucedido casi un año antes, cuando la horrible pelea que los había separado. Llevaba casi tres semanas esperando el momento adecuado, que nunca llegaba porque tenía miedo de que las discusiones volvieran a empezar, y aunque había decidido sacar el rema cuando llegaran a casa, se encontró de repente hablando del asunto sin esperar ni siquiera a estar en el coche:
-Mamá –dijo cogiéndola de la mano. Ana se la apretó y la miró a los ojos-, ¿te acuerdas de que el día antes de mi accidente te dije que no te quería y que era mejor que te fueras de casa?
Ana sintió un escalofrió y le apretó más la mano:
-No tiene importancia, cariño. Ya ha pasado todo. Ya ni me acuerdo.
-Sí que tiene importancia, mamá. Tú lo que quieres decir es que no quieres que sufra por ello porque tú estas tratando de olvidarlo, pero aún te acuerdas, ¿verdad?
Ana se la quedó mirando, perpleja. De repente, Talia parecía haber madurado diez años; hablaba como una adulta sería y sensata, mucho mejor que una adulta. Resultaba inquietante, como si le hubieran cambiado a su hija por otra persona, como si realmente hubiera pasado todos aquellos meses en algún lugar donde la habían hecho madurar.
-Eso es lo que me han enseñado, ¿sabéis? Lo que pasa es que no me dio tiempo a aprenderlo todo.
Iban caminando aún por el jardín del hospital hacia el aparcamiento, pero lo hacían cada vez más despacio y se paraban cada pocos pasos para mirarse al hablar.
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-Mamá, quiero que me perdones lo que dije porque no era verdad; sólo quería hacerte daño porque tú también me estabas haciendo daños, pero lo que yo quería era que te dieras cuenta de que te quiero y te necesito. ¿Me perdonas?
Ana la abrazó fuerte: -Claro, mi vida. Y ¿tú a mí? -Claro.
Echaron a andar de nuevo, cogidas de la mano, sonriendo. Había sido mucho más fácil de lo que ella había imaginado. Los dos hombres iban detrás, sonriendo también, y empezaron a hablar de los estudios de Diego, que iban bien y que seguramente mejorarían ahora que ya no estaba constantemente angustiado por su hermana. De pronto, Talia, volviéndose a medias, preguntó:
-¿Os habéis perdonado vosotros también, papá? ¿Vais a seguir juntos?
Miguel miró a Ana y, aunque estuvo a punto de contestar lo que Talia estaba deseando oír, decidió decir la verdad:
-Nos hemos perdonado, Talia, pero aún no sabemos si vamos a volver a vivir juntos o no. Hemos pasado muchos meses hablando y hemos aclarado muchas cosas entre nosotros, pero estábamos esperando a que te despertaras para ver cómo íbamos a enfocar la vida a partir de ahora. De momento, vamos todos a casa, pero aún no es seguro lo que va a pasar. Lo único que sí está claro es que los dos – sonrió al ver la expresión ofendida de Diego-, perdón, los tres te queremos muchísimo y no vamos a permitir que sufras. A lo mejor podemos aprender todos un poco de lo que ten han enseñado a ti.
Ana estaba tensa, esperando la reacción de Talia, pero ella sonrió, se abrazó a Diego y dejó a sus padres ir delante:
-Hablar es importante –dijo-, así que seguid hablando, pero diciendo de verdad lo que queréis decir, ¿vale? Diego y yo también tenemos mucho de qué hablar. Venga, cuéntame, ¿has conocido a muchas chicas en la universidad? ¿Tienes novia ya?
Diego soltó la carcajada:
-He estado tan preocupado por ti que no me dado tiempo. Pero a partir de ahora empezaré a poner de mi parte, ya verás.
Aquí: Dieciocho
El quince de junio, cuando la mayor parte de las escuelas estaban haciendo los exámenes finales de un curso que Talia se había perdido, Pablo abrió los ojos de nuevo.
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Esta vez no había ningún médico que registrara la reacción. Sólo estaban Jaime y Talia junto a la cama y, como siempre, ella trataba de contestar a sus preguntas sobre lo que recordaba de su sueño, el sueño en el que ella y Pablo habían encontrado el almacén de las palabras terribles. Lo que el doctor Guerrero insistía en que había sido un sueño, a pesar de que para ella había sido tan real como el mundo en el que vivían. Talia estaba segura de que Don Manuel sabía que todo era verdad, pero de algún modo le había insinuado, siempre con medias palabras y sin que estuvieran sus padres delante, que era mejor no hablar demasiado del asunto, que lo importante era haber aprendido y ponerlo en práctica, pero que no había que pregonarlo demasiado y por eso ella contestaba como sin darle demasiada importancia, como si de verdad todo hubiera sido un largo y misterioso sueño que poco a poco se iba desvaneciendo.
Pablo despertó sin que se dieran cuenta y durante unos minutos se limitó a escuchar lo que decían, como si fuera una música suave que no fuera necesario comprender. Poco a poco fue pasando la vista por la habitación: un ramo de narcisos frescos, unas postales sobre la mesita, unos cuantos libros de los que leía Jaime. Una niña y un muchacho sentados juntos al lado de su cama. Jaime y Talia. ¿Jaime? ¿Talia?
Trató de sentarse, pero los músculos no le respondieron y todo lo que consiguió fue producir una especie de gruñido que hizo que los dos se volvieran a mirarlo.
-Hola, Pablo –dijo Talia sonriente, como si fuera lo más normal del mundo-. Ya creía que te habías olvidado de que me prometiste volver.
-¡Jo, tío! –Dijo Jaime con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa gigante que iluminaba toda su cara-. Ya iba siendo hora. Me he leído la biblioteca completa esperando a que abrieras el ojo.
Pablo apretó débilmente la mano de Jaime y le sonrió. Luego desvió la vista hacia Talia: -Has crecido, peque –dijo en voz enronquecida por la falta de uso.
-Tu también, Pablo –dijo Talia-. Ahora sí.

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