Ataques Yihadistas Multiples Valladolid

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El 17 de agosto de 2017, 16 personas fueron asesinadas por una célula islamista en Barcelona y Cambrils. Ocho terroristas perdieron la vida. Era un grupo de jóvenes en apariencia integrado. Nadie sospechó nunca de ellos. Un viaje a los escenarios de aquellos días, buscando las causas de su radicalización y la respuesta social y policial al fenómeno yihadista.

A LAS 16.54 La Rambla hierve. Los 500 metros que separan la fuente de Canaletas del Mosaico de Joan Miró en dirección al mar son un bosque de cabezas envuelto en un murmullo de idiomas. Hay manteros y carteristas; parejas con niños; puestos de helados y quioscos de flores; excursiones de adolescentes y jubilados; paquistaníes con sari y americanos en pantalón corto. Avanzar entre esa marabunta resulta casi imposible. A esta hora, el 17 de agosto de 2017, Younes Abouyaaqoub, de 22 años, irrumpió en el paseo conduciendo una furgoneta Fiat Talento. Su intención era matar. Cuanto más mejor. Pisó a fondo el acelerador e inició un descenso mortal que duró 45 segundos.


La mezquita Annour de Ripoll, en la que oficiaba el imam Es Satty, que radicalizó a un grupo de jóvenes musulmanes hijos de inmigrantes. Desde la muerte del yihadista, el nuevo imam es Mohamed el Oncre, de 61 años, albañil de profesión. Cobra 200 euros.
La mezquita Annour de Ripoll, en la que oficiaba el imam Es Satty, que radicalizó a un grupo de jóvenes musulmanes hijos de inmigrantes. Desde la muerte del yihadista, el nuevo imam es Mohamed el Oncre, de 61 años, albañil de profesión. Cobra 200 euros. JORDI ADRIÀ
Había nacido en Marruecos, pero no era inmigrante. Desde los cuatro años vivía con su familia en Ripoll, un pueblo de 11.000 habitantes al norte de Girona, en una plácida vivienda de protección oficial. Tampoco era un devoto musulmán, "no sabía ni rezar en árabe", confirma Alí Yassine, presidente de la mezquita Annour. Ni un marginado: había terminado la secundaria; tenía trabajo como soldador, coche, moto y era un buen deportista. Tardes de pipas y risas en pandilla en la plaza de la Sardana. Curvas al límite en su BMW por la plaza Gran de Ripoll, intentando impresionar a las adolescentes de la terraza del Bar Cabina. Le acompañaba una fama de buen chaval. Nuria Perpinya, técnica de Participación en el Ayuntamiento, que le conoció de cerca (como al resto de los 10 miembros de la célula terrorista que vivían en el pueblo, de los que 7 murieron), lleva un año preguntándose cómo y por qué se convirtió en un asesino. "Es una incógnita que me perseguirá de por vida. Eran cuatro parejas de hermanos. Inmigrantes de segunda generación. Nos parecía que con el catalán, la ropa de marca y un trabajo ya tenían que sentirse de aquí. Y de golpe nos damos cuenta de que la integración es algo emocional. Un sentimiento. Muchas veces no se sienten ni de España ni de Marruecos. Allí los llaman europeos y aquí moros. Eso les provoca un enorme vacío de identidad. Que alguien puede llenar ofreciéndoles una razón por la que luchar. En este caso fue un imam, Abdelbaki Es Satty, el que los engañó. Por eso estamos obligados a que se sientan parte de la comunidad. Es un trabajo a largo plazo. Los milagros no existen. Tenemos que repensar el sistema porque no ha funcionado".

En relación con esas segundas generaciones de inmigrantes (los denominados homegrown), la Unión de Comunidades Islámicas de España aporta un dato poco conocido: de los dos millones de musulmanes que viven en España, el 42 ya dispone de la nacionalidad, y de estos, 430.990 han nacido aquí (datos de 2017). Son españoles. Hijos y nietos de magrebíes. Musulmanes y españoles. Como los yihadistas de Ripoll.

Para el politólogo Moussa Bourekba, coordinador de un estudio elaborado por el think tank Cidob titulado Atentados de Barcelona: Reacciones, explicaciones y debates pendientes, "ante el terrorista islámico antes podíamos decir: 'Esos no tienen nada que ver con nosotros, son de fuera'. Pero hoy el terrorista es autóctono. Los miembros de la célula de Ripoll habían crecido en Cataluña. Y eso nos obliga a centrarnos en su recorrido biográfico, ver qué ha fallado. Nos enfrentamos a la debilidad del sistema, no a moros peligrosos", explica. La radicalización es una suma de factores en las que la religión es un elemento más. Es un proceso multidimensional. Hay elementos de frustración y resentimiento; de injusticia y exclusión; una dimensión socioeconómica, política y cultural. ¿Hasta qué punto el islamismo es el desencadenante? "Yo creo que hay jóvenes que quieren acceder a la violencia, como pasa en EE UU con las matanzas en los institutos, o con Anders Breivik, en Noruega, que asesinó a 77 personas. En el mercado europeo el acceso a la violencia tiene hoy una coartada en el islam. Más que una radicalización del islam, hay una islamización de la radicalización que justifica al joven su acceso a la violencia indiscriminada".



Arriba, casas donde vivían varios yihadistas en Ripoll. Abajo, vvienda en Riudecanyes en la que se radicalizó la célula. JORDI ADRIÀ
¿Por qué nadie detectó a los jóvenes yihadistas de Ripoll? El joven comisario de la inteligencia antiyihadista del Cuerpo Nacional de Policía mira a los ojos, apoya los brazos sobre la mesa y se expresa con vehemencia: "Esa célula no estaba en nuestro radar. Ripoll es un pueblo pequeño, sin guetos. Sin antecedentes salafistas. Todos eran hermanos, amigos o primos, por lo que se movían en canales de absoluta confianza. Eran muy jóvenes. No daban problemas en el instituto. No se comunicaban por Internet. No estaban fichados. No paraban por la mezquita. No llevaban barbas ni vestimentas tradicionales. Hasta que llegó el imam y les dio el último empujón. Y se lanzaron al vacío".


Los hermanos mayores (Younes, Mohamed Hichamy y Youssef Aalla) arrastraron a los pequeños (dos de los muertos a tiros por los mossos d'esquadra eran menores de edad). Experimentaron una conversión rápida y a la antigua (es decir, offline). Tenían sus lugares secretos de reunión a 300 kilómetros de Ripoll (en Alcanar y Riudecanyes). "Nuestro fracaso fue no identificarlos", continúa el comisario. "Nadie nos dijo que estaban comprando productos químicos; que habían vendido joyas; que habían alquilado furgonetas; que en un chalé cerrado de Alcanar (Tarragona) se había metido un grupo de okupas de origen magrebí y del inmueble salía un olor químico nauseabundo...".

La radicalización de Younes fue exprés. Y secreta. Propia de los usos de la secta salafista Takfir Wal Hijra, una de las más impenetrables del islam. A cuyos miembros se les permite asumir las costumbres de los infieles para pasar inadvertidos hasta que tienen capacidad de actuar. Y ya es imposible pararlos. Se trata de neutralizarlos antes. Los miembros de la célula fueron encerrándose en una hermética identidad colectiva, basada en enfermizos lazos familiares, de la que era imposible escapar porque suponía traicionar a los suyos. El asesino de La Rambla pasó en pocos meses de ser una estrella local del fútbol a matar a 15 personas. En menos de un minuto arrasó todo lo que encontró a su alcance. A conciencia. Mató sin piedad. Entre ellos, tres niños. Solo se detuvo cuando saltó el airbag y se bloqueó el sistema eléctrico de su vehículo junto al Pavimento de Miró. Allí quedaron tendidas sus tres últimas víctimas mortales. "Si la furgoneta no se avería, hubiera seguido matando hasta el monumento a Colón", explica en ese mismo lugar un cabo de los Mossos d'Esquadra mientras acaricia su fusil UMP, un arma de guerra del que se ha dotado a las patrullas del cuerpo. "Vimos cómo el vehículo entraba en el bulevar; empezamos a correr tras él, pero no podíamos abrir fuego en medio de aquel caos. Tardamos dos minutos. Cuando llegamos, el terrorista ya no estaba".

En menos de un minuto Younes arrasó todo lo que encontró a su alcance. A conciencia. Mató sin piedad. Entre ellos, tres niños

A la altura de la calle del Hospital, Younes salió de la camioneta, alquilada un día antes en Sabadell por su amigo y vecino Driss Oukabir, de 27 años (hoy en la prisión de Soto del Real). Miró a un lado y a otro. No profirió el tradicional "Allahu akbar" previo a la muerte de un yihadista en combate. Por el contrario, escapó. "Esperaba que le frieran a tiros, convertirse en un mártir. Pero no pasó nada. Se fue andando con calma hacia el cercano mercado de La Boquería. Se perdió entre los puestos. Un par de horas más tarde, volvió a matar, esta vez a cuchilladas, a Pau Pérez, de 34 años, para robarle el coche", relata el comisario L., jefe de la inteligencia antiyihadista del Cuerpo Nacional de Policía: "Que La Rambla no tuviera bolardos fue un gran error de seguridad. Les habíamos avisado". La alcaldesa de Barcelona alegó que habían optado por reforzar la vigilancia. Hoy, en ese lugar, hay un puñado de bolardos de un metro de altura.

Younes dejó sobre La Rambla 14 muertos y 140 heridos de 35 nacionalidades. Uno de ellos era Pablo Abecasis, un argentino de 37 años que trabajaba en uno de los quioscos. Vio todo. Aún se sobresalta ante el mínimo ruido. Ha estado 10 meses de baja. "Salí a fumar. Vi una furgoneta blanca entrando por Canaletas. Me extrañó. Se paró al lado del metro. Y aceleró. La gente empezó a gritar y a correr buscando refugio; se metió en tromba en mi puesto; me empujaron fuera. La furgoneta venía directa a mí. Intenté esquivarla, pero hacía eses para que no te escaparas. Me levantó por el aire. Volé un par de metros. Pegué con la cabeza y los brazos en el parabrisas y creo que lo rompí. No le vi la cara. Pasó por encima de una mujer que estaba a mi lado. La destrozó. A mí me cogió de frente, por eso me salvé. A los que pillaba de espaldas, los partía. Cuando todo acabó, tirado boca abajo sobre un charco de sangre, en lo único en que pensaba era en la extraña quietud de La Rambla: parecían las cinco de la madrugada. No había nadie; no había voces; no se escuchaban ni los pájaros".

Pablo Abecasis, de 37 años, delante del quiosco donde trabaja en La Rambla. El 17 de agosto fue atropellado gravemente por Younes. Lo recuerda todo. “La furgoneta vino directamente a mí. Me levantó por el aire. Pegué con la cabeza en el parabrisas. Creí que me moría”. JORDI ADRIÀ
Joan Portals, comisario jefe de los Mossos en Barcelona, tampoco olvidará ese silencio sepulcral que inundaba La Rambla cuando, a las 17.15, inspeccionó el escenario de la masacre. Portals, al mando de los 3.000 mossos de la capital, empezó a tomar decisiones. Todo estaba previsto en el protocolo Cronos: la suspensión de los permisos de los 17.000 policías de la Generalitat; el despliegue de patrullas en lugares estratégicos; el control de las infraestructuras básicas, la coordinación con los servicios de emergencia, la Policía Local y la seguridad privada. Incluso un plan de información en tiempo real a los ciudadanos vía Twitter. Al escenario del crimen comenzaron a llegar los equipos de criminalística de los Mossos, el cuerpo de policía que había tomado la dirección (en exclusiva) de la investigación sobre el terreno. Y también discretos agentes de inteligencia de la Guardia Civil y del Cuerpo Nacional de Policía en busca de información. Cada uno por su lado.

En esas primeras horas, el teniente coronel V., jefe de la UCE-2, la unidad central contra el yihadismo de la Guardia Civil, cogió un helicóptero en Madrid con destino a Barcelona. "A través de nuestra información avanzada comenzamos a tener claro que no era un lobo solitario. Reconstruimos el ataque en nuestro laboratorio. Dedujimos qué tipo de acción y qué tipo de terroristas habían sido. Lo que no hicimos fue conectarlo con la explosión que había ocurrido la noche anterior en un chalé en Alcanar (Tarragona). Era un asunto de los Mossos. Ni siquiera dejaron entrar a nuestros especialistas en explosivos al lugar. Todo fue bastante lamentable".

Arriba, ruinas del chalé de los radicales en Alcanar. Aquí preparaban sus explosivos. Explotó la noche del 16 de agosto. Ahí murió el imam Es Satty. Abajo, paseo marítimo de Cambrils, donde atacó el resto de la célula. Mataron a una turista. Los cinco fueron tiroteados por los mossos. JORDI ADRIÀ
Barcelona llevaba años preparándose para un atentado. Desde 2015 habían caído como piezas de dominó de la violencia yihadista París, Bruselas, Niza y Berlín. Desde la llegada del Daesh (el autoproclamado Estado Islámico) al poder, 222 ciudadanos españoles (o con permiso de residencia) se habían desplazado a Siria e Irak para la guerra santa. Muchos habían vuelto. Y otros 255 radicales islámicos habían muerto o estaban en prisión (fuertemente controlados por un sistema de inteligencia desarrollado por Instituciones Penitenciarias y un programa de desradicalización). España llevaba 13 años sin sufrir un ataque yihadista (desde el 11-M), pero Cataluña era considerada un objetivo de riesgo preferente por todos los servicios de inteligencia. Incluso los americanos. Al menos desde 2007, según un cable de la Embajada de Estados Unidos filtrado por WikiLeaks.

Con 80 mezquitas salafistas, Barcelona llevaba años preparámdose para un atentado yihadista

Con una de las poblaciones de musulmanes más numerosas del Estado (más de 500.000 personas), unas 80 mezquitas de ideología salafista (la corriente islámica que inspira al Daesh) y un largo historial de operaciones policiales relacionadas con el yihadismo, todo situaba a la capital catalana en el punto de mira. Incluso los organizadores de los atentados de las Torres Gemelas mantuvieron reuniones previas en la provincia de Tarragona (un área explotada por los islamistas como santuario). Los investigadores Fernando Reinares y Carola García-Calvo, del Instituto Elcano, afirman que solo desde 2013 hasta 2017 se habían desarrollado en Cataluña 33 operaciones contra el yihadismo con 65 detenidos, la última el pasado 1 de agosto en Mataró.

Arriba, el intendente Ramón Chacón, que mandó el operativo que acabó con la vida de Younes. Debajo, el comisario Joan Portals, jefe de los Mossos en Barcelona. JORDI ADRIÀ
Desde junio de 2015, el grado de amenaza yihadista que cada semana evalúan y fijan los analistas del Citco (Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado) estaba en el nivel 4 sobre 5. El riesgo era muy alto. Algo que confirma el jefe de la UCE-2 de la Guardia Civil: "Hasta ese momento habíamos tenido la suerte. Había una calma tensa. El riesgo se mide por tres criterios: la intención del terrorista, la capacidad del terrorista y el cálculo de probabilidades de que actúe. Todo eso confluyó el 17 de agosto. La sorpresa llegó cuando vimos la magnitud de lo que estaban preparando. Habían fabricado una cantidad de explosivo TATP (el peróxido de acetona, también llamado la madre de Satán) como nunca habíamos visto: más de 200 kilos. Pensaban cargar con ellos las tres furgonetas que habían alquilado el día antes. Iba a ser un atentado múltiple, con distintas metodologías. Contra lugares emblemáticos (el Camp Nou y la Sagrada Familia) y también contra dotaciones policiales. Sabían que su final sería un enfrentamiento con los mossos. Por eso tenían preparadas granadas de mano y, al menos, un chaleco de explosivos. Iban a morir matando. Hemos conjurado muchas amenazas en estos años, pero esta vez no pudimos. La clave fue reaccionar. Y lo hicimos. La célula quedó desactivada. Ahora se trata de aplicar las lecciones aprendidas".

La coordinación de la información entre los distintos cuerpos de seguridad ha sido siempre el eslabón más débil en la lucha antiterrorista. Algo que fue evidente en los atentados del 11-M. En esta ocasión, la desconexión fue evidente. No solo no detectaron a la célula, sino que se les escapó el imam, un individuo con relaciones yihadistas en España y Europa, que terminó de radicalizarse en la cárcel de Castellón (donde ingresó por tráfico de hachís y donde le intentaron fichar como confidente tanto el CNI como la policía y la Guardia Civil). Tampoco está claro de dónde salió y quién filtró un supuesto aviso de la CIA sobre la inminencia de un ataque en La Rambla (cada cuerpo policial le echa la culpa al resto). Ni si la célula tenía relaciones con el Daesh. Si sus viajes (Francia, Bélgica, Suiza y Marruecos) estaban relacionados con la estructura global del Daesh. Y si pensaban atentar en París. Algo que parece confirmado.

La coordinación de la información entre los distintos cuerpos de seguridad ha sido siempre el eslabón más débil en la lucha antiterrorista

El acoplamiento entre los cuerpos implicados (Mossos, Cuerpo Nacional de Policía y Guardia Civil) empezó a funcionar de forma más engrasada el 24 de agosto, tras la orden del juez instructor de la Audiencia Nacional Fernando Andreu de que el Citco se encargara (bajo su control) de la coordinación de la información. Todo se debía poner sobre su mesa. Los Mossos debían trabajar sobre el terreno en Cataluña; el Cuerpo Nacional de Policía, en dispositivos mixtos con los servicios marroquíes, y la Guardia Civil, con la inteligencia francesa. El diseño era perfecto. Pero quizá ya era demasiado tarde. Los cabecillas de la célula estaban muertos. "Y lo menos inteligente en inteligencia es matar al malo, porque te quedas sin un testimonio directo de cómo se planeó y llevó a cabo el ataque. Y los mossos se cargaron a seis", explica un oficial de información de otro cuerpo.

Aunque la prevención del atentado no fue óptima, la reacción policial lo fue. Una de las primeras decisiones del comisario Portals de los Mossos consistió en desplegar en Barcelona la Operación Jaula (Gabia) para evitar que el terrorista de La Rambla huyera (algo que no se consiguió). Tras el atentado, en menos de una hora se instaló un centro de coordinación en el Hard Rock Café de la plaza de Cataluña y se activó un centro de operaciones (el Cecor) en una sala subterránea del Departamento de Interior, en el paseo de Sant Joan. También se reforzaron los controles en rincones estratégicos. El major Josep Lluís Trapero tomó el mando. El exjefe de los Mossos, que ha declinado participar en este reportaje, ha dejado, sin embargo, dos reflexiones sobre aquel día: "El 17 de agosto tuvo una dimensión política que me incomodó y me sigue incomodando. Y supuso el principio de un cambio muy profundo en mi vida que ahora arrastro y veremos cuándo tiene su final".

El atentado no salió como los terroristas habían planeado. No pensaban atacar La Rambla

El atentado no salió como los terroristas habían planeado. No pensaban atacar La Rambla. Todo se torció la noche anterior. Con una explosión a las 23.17 en una urbanización perdida entre Tarragona y Castellón, en el epicentro de la geografía del yihadismo. Murieron dos de sus miembros (uno de ellos, el imam, Es Satty, su líder) y un tercero sufrió graves heridas (Mohamed Houli Chemial, de 21 años, hoy en la prisión de Alcalá Meco).

El número F9 de la calle de Montecarlo, a nueve kilómetros del pueblo de Alcanar, es un solitario montón de polvo y escombros. Unos absurdos peldaños de piedra conducen al solar donde se encontraba el pequeño chalé de una planta en el que durante meses el imam Es Satty, de 45 años, radicalizó a los jóvenes de Ripoll. Y también el laboratorio en el que produjeron centenares de kilos de TATP, un polvo blanco y cristalino e inestable que tapizaba el suelo del inmueble. En un pequeño cobertizo la célula almacenaba más de un centenar de bombonas de butano. Al filo de la medianoche del miércoles 16 de agosto el inmueble reventó y destrozó el chalé vecino, propiedad de un matrimonio de ancianos franceses. Esa noche no estaban. Estos recuerdan cómo aquel grupo de jóvenes magrebíes siempre les habían suscitado sospechas: "Nunca vimos mujeres ni tampoco niños. Eran hombres jóvenes, muy discretos; nos hablaban en francés y siempre había uno de guardia en la azotea. Pensábamos que estaban en asuntos de droga, pero no se lo dijimos a nadie". Los Mossos tampoco dieron mayor importancia a la explosión, que consideraron en un primer momento un asunto de fabricación de drogas.

Tras la explosión en Alcanar y la muerte de su líder, la célula de terroristas veinteañeros, sin explosivos, armas, dirección ni experiencia, comenzó su huida a ninguna parte. A las 16.54 del 17 de agosto, Younes atacó en solitario en La Rambla. A la 1.03, cinco de sus compañeros de célula (entre ellos su hermano Houssaine, de 17 años) intentaron repetir la acción en el paseo marítimo de Cambrils (Tarragona). Embistieron con un Audi A3 1.9 TDI negro a una patrulla de los Mossos, acabaron con la vida de una turista a cuchilladas e hirieron a varios más, para terminar acribillados por un agente uniformado y otros de paisano. Cuatro días más tarde, a las 16.00 del 21 de agosto, Younes era muerto a tiros por dos mossos en un camino vecinal entre viñas cerca de Sant Sadurní, en un operativo seguido en directo desde el Cecor de Barcelona a través de las cámaras de uno de sus helicópteros. Los agentes vaciaron sus cargadores sobre Younes, que tras su muerte presentaba varios impactos en la cara. Portaba un cinturón falso de explosivos y cuatro cuchillos. Llevaba cuatro días vagando por el campo. Según los Mossos, nadie le proporcionó ayuda en ese tiempo. La célula estaba eliminada. El intendente Eduard Sallent, uno de los hombres fuertes del servicio de inteligencia de los Mossos, intenta resolver los enigmas por la vía rápida: "No queda mucho por saber, estaba integrada por las 13 personas que conocemos; no iban drogados; no tenían ninguna relación con el Daesh. La investigación no va a dar un vuelco. El problema al que nos enfrentamos no es antiterrorista, sino de prevención".

Barrio de El Raval, a cinco minutos del lugar del atentado. De frente, Ibrahim Pérez, portavoz de Musulmanes contra la Islamofobia. Cree que la falta de interlocución del islam español con el Estado provoca la radicalización. En la página siguiente, el camino de huida de Younes. JORDI ADRIÀ
Los atentados arrojaron un saldo de 16 víctimas mortales, además de 8 terroristas muertos, 3 en prisión y 2 en libertad provisional. El día 26 de agosto se celebraba una gran manifestación en el centro de Barcelona en contra del terrorismo que quedó empañada por los tintes políticos de los que enseguida se cubrió. Estaba a punto de dar comienzo el tramo más conflictivo del proceso independentista, que culminaría un mes más tarde con el referéndum del 1 de octubre. En ese clima de enfrentamiento, los ecos de los atentados se irían disolviendo. No le interesaban a nadie.

"Se ha intentado pasar rápido de página. No mostrar las vergüenzas del muy vitoreado sistema de integración de los migrantes en Cataluña", reflexiona el antropólogo y analista de Cidob Jordi Moreras. "Después de 30 años, ha llegado el momento de revisarlo. Porque hay cosas que no funcionan. De repente, Ripoll se ha convertido en el punto negro de la integración en Cataluña. Si hubiera pasado en una urbe con guetos y problemas sociales como Hospitalet, Manresa o Badalona, se hubiera dicho de insistir en la pura integración socio-cultural. Pero Ripoll no existía en el mapa del yihadismo. La policía no se enteró de nada. Y aquí se nos presenta ahora, por un lado, un problema de integración y, por otro, se hace patente la extrema fragilidad y falta de representación de la comunidad musulmana en España. Hay imames que cobran 150 euros y nadie sabe de dónde han salido. Ante ese descontrol, muchos han preferido olvidar lo que pasó".

El joven comisario antiyihadista del Cuerpo Nacional de Policía, con su habitual vehemencia, aporta su análisis del fenómeno yihadista: "Esto no es terrorismo tal como lo conocemos, es un paso más allá. La policía no puede pararlo. No todos los que se radicalizan tienen rasgos distintivos. Hay de todo. Militantes y también locos; gente que se radicaliza online y otra offline; algunos han estado en Siria y otros no han salido de su pueblo; los hay con barba y chilaba y otros que fuman, beben y salen de fiesta. Lo triste es que en Barcelona no pudimos neutralizar esa amenaza como otras veces. La radicalización emite unas débiles señales que solo detecta su entorno y nosotros no alcanzamos a ver. Trasciende lo policial. Atañe a la sociedad", indica. En 2017, el Cuerpo Nacional de Policía detuvo a 58 radicales. En lo que va de 2018, llevan 20. "Pero este fenómeno va más allá de la investigación pura y dura. Tiene que haber un plan de participación de la sociedad".

Una niña mira a una pareja de Mossos en La Rambla. JORDI ADRIÀ
Donde más rápido se ha intentado pasar de página es en Ripoll. Un agradable pueblo de aspecto suizo, rodeado de bosques y montañas. Un municipio sin barrios extremos y donde todos sus alumnos, ricos y pobres, catalanes y magrebíes, estudian en el mismo instituto, el modélico Abat Oliba. Por sus aulas pasaron la mayoría de los miembros de la célula. Dos de ellos continuaban en él. El director del instituto, Paco Navarro, prefiere no hablar de ellos. Resulta demasiado doloroso para todos. Eran terroristas, pero también vecinos, amigos e hijos. "Necesitamos tiempo para la reflexión. ¿Cómo logramos el sentido de pertenencia de estos chicos, a los que despectivamente se define como 'inmigrantes de segunda generación'? Yo tengo 750 alumnos y no encuentro la respuesta. Nos toca prevenir, porque, si la prevención funciona, no te enteras. Pero si no funciona, puede provocar una tragedia. Y eso pasó el 17 de agosto de 2017". —EPS

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El atentado de Barcelona, en primera persona
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